Inicias tu grado en Comunicación y lo compaginas con el desarrollo de tu carrera profesional en el ámbito de la gestión cultural y la comunicación desde el minuto cero. Desde entonces no has dejado de moverte. ¿Cuándo y cómo te das cuenta de que es esta tu vocación?
Esta pregunta me la he hecho a menudo a mí misma. Creo que fue un proceso en el que intervinieron distintos factores. Por un lado, a mí siempre me ha gustado cantar y escribir; por otro, escogí el Grado en Comunicación por la diversidad de sus asignaturas (redacción, producción audiovisual, historia, etc.) ya que no tenía muy claro a qué quería dedicarme. A través de la comunicación me di cuenta de lo que me gustaba poder transmitir ideas, independientemente de canal comunicativo; y un día di con la unión: el arte y la comunicación sirven exactamente para eso, para lanzar mensajes a las personas. En 2016 trabajaba en publicidad y me dijeron que yo no podía dedicarme a la creatividad. Puede que ese fuera el día en el que pensé que estaban equivocados y que lucharía día a día por unir comunicación y cultura. Hoy en día sigue siendo lo que me mueve y lo que quiero hacer en mi vida.
Con un expediente brillante, el mejor de tu promoción, no da la sensación de que fueras un ratón de biblioteca. ¿En qué medida consideras que hacer lo que te gustaba contribuía a que tus resultados académicos mejorasen? Y a la inversa, ¿crees que tu formación te ayudaba en tu quehacer profesional?
Me han llamado “empollona” en distintas etapas de mi vida, es algo con lo que siempre he convivido. Suena a tópico, pero en los estudios desde pequeña tuve la fortuna de no necesitar pasar muchas horas frente a los apuntes. Siempre me gustó atender en clase, tanto en la escuela como en la carrera, por lo que tenía facilidad para que la información se quedara en mi mente. El hecho de poder compaginar los estudios con otras actividades como unas prácticas, clases de inglés, mis hobbies o pequeños trabajos me ayudaba a abrir la mente y saber organizar mi tiempo. Esto es clave. El poder realizar distintas cosas a lo largo de la semana me ayudaba a ser más productiva en todo y a no saturar mi mente con un solo tipo de información, sino a dosificarla, masticarla y poder disfrutarla.
Contorno Urbano es la primera fundación de arte urbano en España. ¿Qué se siente al llegar a ser la gestora cultural de una fundación de primer orden tan solo tres años después de finalizar tus estudios?
Estoy orgullosa de mi recorrido académico y profesional, pero no ha sido tarea fácil. En el ámbito de la comunicación somos cientos de graduados al año, y hay muchísimo paro. El sector cultural es aún más precario porque es muy exigente, los límites de las funciones de una gestora cultural a menudo están confusos, hay que meter muchas horas de trabajo y los sueldos son de risa. Me considero afortunada porque mi situación actual no es tan precaria como lo ha sido en otras ocasiones y sobre todo porque estoy trabajando de lo que me gusta y de lo que he estudiado. Contorno Urbano es una entidad con proyectos preciosos muy motivadores y necesarios en nuestra sociedad, que me permiten aprender día a día; estoy contenta. Pero lamentablemente, me entristece tener que estar contenta por trabajar en lo que me gusta, debería ser lo normal para todas las personas.
El arte, la cultura al servicio de la sociedad. Estas son las máximas de la fundación en la que trabajas. ¿Cuáles son las mayores dificultades que encontráis al intentar compaginar las tendencias vanguardistas con las tradicionales en un entorno urbano?
La gente no está acostumbrada a ver ni consumir según qué disciplinas o corrientes artísticas. Luchamos día a día contra los estigmas y prejuicios que la sociedad tiene para con el arte urbano, el graffiti y las artes visuales. El graffiti fue un fenómeno sociocultural muy importante en sus inicios en Nueva York, antes de empezar a trabajar en Contorno Urbano yo misma desconocía el impacto que tuvo en miles de jóvenes. Desde la fundación tratamos de romper esas barreras mentales y de hacer entender que el arte es diverso y que tiene distintos objetivos, a veces estéticos, otras reivindicativos y otras identitarios. Intentamos educar al público apostando por la diversidad de artistas, técnicas y corrientes. Es la única manera de que el arte tenga lugar.
¿Qué aconsejarías a las y los Alumni de la Universidad de Deusto para que contribuyesen al desarrollo y promoción cultural en favor de la sociedad?
Les diría que apuesten por la cultura, que vayan al cine, al teatro, a disfrutar de obras de danza y de circo (otro sector muy estigmatizado), que abran la mente y vayan más allá de la zona de confort. Que se puede compaginar Netflix con la compra de un libro o la entrada de un concierto. Que se arriesguen y de vez en cuando vayan a visitar exposiciones maravillosas como suele haber en Kubo Kutxa, Tabakalera o San Telmo Museoa. Que no solo respeten, sino que cuiden y valoren nuestro patrimonio artístico y cultural, que disfruten de él porque somos nosotros quienes le damos vida.
Gracias por tu tiempo. Por último: ¿Qué recuerdas de tus años de estudiante en la Universidad de Deusto?
Recuerdo esos años con nostalgia y cariño, ya que disfruté muchísimo de la carrera. Crecí como profesional y como persona gracias a todo lo aprendido. Mi base metodológica está ahí: planes de comunicación, redacción, criterio y rigor… Pero sobre todo aprendí que, por encima de todo, importan las personas. Tuve la suerte de conocer a profesores y profesoras que impactaron fuertemente en mi vida, como Leyre Arrieta, Eider Landaberea, María Larraza y Alazne Mujika. Cada una con su estilo, con sus métodos, con su forma de ser, consiguieron que poco a poco fuera conociéndome y decidiendo cómo quería ser. Pero, sobre todo, tuve la inmensa fortuna de que entraran en mi vida mis compañeras y amigas Maite Reizabal y Olatz Pison, quienes, pese a la distancia, hoy en día siguen siendo unos pilares esenciales para mí.