Arantza Echaniz
Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas – Universidad de Deusto
Dra. Economía y Dirección de Empresas. Prom. 01
Si estás leyendo estas líneas es porque hace más o menos tiempo has pasado por las aulas de la Universidad de Deusto y has terminado en ella una Diplomatura, Licenciatura, Grado, Posgrado o Doctorado. Incluso puede que hayas recibido varios de estos títulos. Recientemente he escuchado a una persona contar que en los momentos de cambios importantes en su vida (llevaba unos meses prejubilada) había vuelto a la universidad, a “su universidad”.
Independientemente de cuándo acabaras, te acordarás de que en cada curso había dos semestres (que, en realidad, descontando vacaciones y exámenes, queda en algo menos de cuatro meses de clases lectivas). Según la época en la que pasaras por las aulas, había asignaturas semestrales o anuales. Mirando los últimos 20 años, prácticamente la totalidad de las asignaturas son semestrales. A principios de febrero está comenzando el segundo semestre. Recuerdo que el cambio de semestre suponía un cierto revuelo, ilusión, curiosidad y necesidad de adaptación: nuevas asignaturas, nuevos contenidos, nuevos profesores y profesoras —cada uno con su particular forma de afrontar las clases y su propio sistema de evaluación—, etc. Unas asignaturas te gustaban más y otras menos y lo mismo pasaba con el profesorado. Echando la vista atrás, no puedo evitar cierto grado de nostalgia: qué buena era la vida de estudiante (en mi caso la responsabilidad básica era estudiar y sacar adelante mis estudios); qué poco aproveché la sabiduría y el saber hacer y saber ser de algunos profesores y profesoras (ciertamente hay quienes han dejado una huella imborrable); qué habrá sido de mis compañeros y compañeras (la verdad es que a muy pocas personas les he seguido la pista) … He de reconocer que en algún momento incluso pienso cómo fui capaz de hacer una tesis doctoral en un momento vital un poco convulso y con múltiples actividades (igual es porque ya no tengo la misma energía y ahora me resultaría imposible).
Imagen de Michal Jarmoluk en Pixabay
Ahora, bueno en realidad casi desde que acabé, estoy situada del otro lado. Soy una de esas personas que se formó en la Universidad de Deusto y se quedó. Llevo en ella un poco más de treinta años como profesora e investigadora. Vivo el cambio de semestre de forma diferente a cuando era alumna. Una experiencia común (lo he comentado con algunas compañeras), sin importar cuánto tiempo lleves impartiendo una asignatura, es sentir cierto nerviosismo y desasosiego en las primeras clases: ¿cómo será el grupo? ¿Participarán? ¿Conseguiré llegar al alumnado? ¿Lograré transmitirles una pizca del entusiasmo que tengo por mis materias? Y el alumnado intuyo que vive algo parecido. El primer día ves cómo te observan, se forjan una primera impresión, tienen cara de preguntarse si les gustará la asignatura (y la profesora) y cómo será de fácil o difícil superarla. Cuando lo pienso no sé muy bien a qué se debe la inquietud (con las mencionadas compañeras salía el comentario de que nos sentíamos un poco “impostoras”). Si bien es cierto que por edad estoy cada vez más lejos del alumnado (en lenguaje, vivencias, aspiraciones, referentes, etc.), la experiencia es un grado. Son muchos los años que llevo de docente y tengo mucha soltura en los contenidos de las asignaturas. Según van avanzando las clases, normalmente, la inquietud desaparece.
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Quienes nos dedicamos al mundo de la educación, quienes vivimos nuestra vocación docente con responsabilidad, en los últimos meses nos estamos enfrentando a una revolución importante: la aparición y desarrollo imparable de la Inteligencia Artificial (IA) generativa. Sin duda, el fenómeno de la IA está afectando en todos los ámbitos y esferas sociales. Sin embargo, creo que a las instituciones educativas y a los y las docentes nos está poniendo un reto importante: qué uso vamos a hacer de esta tecnología, qué vamos a hacer para entender su funcionamiento y sus riesgos, cómo vamos a adaptar nuestras prácticas docentes (clases, tareas y actividades en el aula, sistema de evaluación, etc.), cómo vamos a preparar a nuestro alumnado para las nuevas tecnologías… La pandemia supuso un reto de adaptación de las metodologías a la docencia online. Poco tiempo después nos encontramos ante un reto diría que aún mayor. Cuando estaba sentada en el pupitre de clase no me imaginaba lo que supondría el aprendizaje a lo largo de la vida; esfuerzo, por un lado, vida y disfrute, por el otro. En todas las profesiones hay que mantener al día los conocimientos y las prácticas. Y en la docente nunca debemos olvidar nuestra gran responsabilidad, ya que to teach is to touch a life forever, educar es transformar una vida para siempre.