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Naiara Rodríguez Peña

Sabemos mucho sobre las consecuencias de la migración para las personas, sus familias y la sociedad, pero muy poco sobre los efectos de la inmovilidad. Esto es especialmente problemático si consideramos que menos del 4% de la población mundial migra internacionalmente, mientras que la gran mayoría permanece en su país de origen…

Reflexionando sobre tu paso por la Universidad de Deusto, ¿cómo crees que tu formación en Relaciones Internacionales ha influido en tu trayectoria académica y profesional?

Elegí cursar el grado en Relaciones Internacionales por la visión amplia y multidisciplinar que ofrecía. Me interesaban muchos temas –económicos, políticos, legislativos– y no tenía claro por donde tirar. Los primeros años del grado fueron muy interesantes, con asignaturas variadas, y pronto supe que lo que realmente me atraía eran los fenómenos sociales, como las dinámicas urbanas, la desigualdad y la migración. No fue hasta mi movilidad internacional en tercero cuando decidí sumergirme de lleno en el estudio de las dinámicas migratorias. Me fui a la Universidad de Sophia, en Tokio, y comencé a trabajar en la Embajada de España en Japón, donde investigué los derechos de los migrantes en el país. Esta experiencia despertó mi interés por la migración.

En un momento histórico en el que esta temática es de máxima actualidad, tu trabajo de investigación aborda temas cruciales como la migración y la movilidad. ¿Qué te motiva a investigar sobre estos temas y qué impacto esperas generar con tu trabajo?

Mi investigación se centra en el proceso premigratorio, es decir, en lo que ocurre antes de emigrar: cómo pensamos e imaginamos la migración, qué aspiraciones tenemos, si contamos con los recursos necesarios para emigrar, si podemos tener una vida satisfactoria en la comunidad de origen, etc.

Actualmente trabajo en la Universidad para la Formación Continuada Krems, en Austria, en un proyecto llamado PATHWAYS, donde investigamos qué sucede cuando alguien desea emigrar pero no puede hacerlo debido a barreras como la dificultad de obtener un visado o la falta de recursos económicos, entre otros. Este fenómeno, conocido como inmovilidad involuntaria, es una característica central de nuestra época, incluso más que la migración en sí.

Sabemos mucho sobre las consecuencias de la migración para las personas, sus familias y la sociedad, pero muy poco sobre los efectos de la inmovilidad. Esto es especialmente problemático si consideramos que menos del 4% de la población mundial migra internacionalmente, mientras que la gran mayoría permanece en su país de origen –ya sea por elección o por imposibilidad de marcharse. De hecho, las políticas migratorias, sobre todo de los países de renta alta, limitan la movilidad, haciendo que para muchos quedarse sea la única opción real. Sin duda, esto plantea un debate ético que deberíamos abordar. Con nuestro trabajo buscamos acercar esta realidad a la sociedad, una realidad que dista mucho de los discursos políticos predominantes.

Has estudiado y trabajado en varios países con diferentes sistemas culturales y sociales como Austria, Francia, Japón, Países Bajos, Reino Unido y Suiza. ¿Cuáles han sido los mayores retos y aprendizajes al enfrentarte a entornos académicos y profesionales aparentemente tan diversos?

Soy una persona que se adapta fácilmente, aunque al principio siempre supone un reto entender el funcionamiento de cada sistema profesional. En Japón, por ejemplo, la estructura es más jerárquica que en los Países Bajos, el Reino Unido o Austria, donde los entornos son mucho más horizontales, se fomenta muchísimo el debate crítico y la independencia desde etapas tempranas.

Navegar estas diferencias ha sido un proceso enriquecedor. No solo me ha permitido conocer a personas maravillosas, sino también incorporar distintas formas de pensar, investigar y trabajar. Moverme entre culturas profesionales diferentes me ha permitido adoptar herramientas y enfoques de aquí y allá, lo que ha mejorado mi forma de trabajar.

Además, he aprendido que, pese a las diferencias, hay desafíos comunes en todos estos contextos, como la precarización académica o la necesidad de acercar el conocimiento que generamos a la sociedad.

Tu carrera ha estado marcada por la excelencia y múltiples reconocimientos. ¿Ha habido momentos de dificultad o incertidumbre en este camino? ¿Cómo los has superado?

He trabajado mucho y he tenido la suerte de cruzarme con personas que me han ayudado enormemente y de las que he aprendido aún más. Estoy contenta con lo que he conseguido, pero también ha habido momentos difíciles.

Profesionalmente, el inicio de mi doctorado fue el reto más duro. Lo empecé 6 meses antes de la pandemia de COVID-19. Tenía previsto hacer mi trabajo de campo en la Triple Frontera, en Sudamérica, pero la incertidumbre del virus, el cierre de fronteras y problemas de financiación, hicieron que tuviese que replantear mi enfoque empírico a mitad de camino. Al principio no estaba nada convencida del cambio, pero acabé investigando las aspiraciones y capacidades migratorias en zonas precarias de países de renta alta, un tema poco estudiado. Fue un proceso muy enriquecedor y, en retrospectiva, una buena decisión, que tomé gracias al apoyo de amigos y compañeros.

A nivel personal, mudarme constantemente ha sido una experiencia muy gratificante, pero también un desafío. Descubres lugares alucinantes y haces grandes amistades, pero justo cuando sientes que te has asentado es hora de despedirse y embarcarse en una nueva aventura. Llevo casi 10 años cambiando de país y, aunque sigo disfrutándolo, me gustaría poder quedarme más de 2 años en cada ciudad. Aunque se siente morriña de Bilbao y de los hogares que vas construyendo en distintos rincones del mundo, yo me quedo con lo bueno, con todo lo que hace que esta experiencia merezca la pena.

Dándote las gracias por tu participación en este número de Deusto Alumni Time, una última pregunta: ¿qué recuerdos guardas de tu paso como estudiante por las aulas de la Universidad de Deusto?

Guardo recuerdos muy especiales de mi paso por Deusto. La formación, por supuesto, fue clave: me ayudó a encontrar mi pasión y a dar los primeros pasos hacia lo que hoy es mi vocación. Fue en Deusto donde descubrí lo que realmente disfruto haciendo: investigar.

Pero, más allá de lo académico, mi experiencia universitaria fue maravillosa a nivel personal. Como muchos, entré en el grado a los 18 y esos 4 años fueron un proceso de descubrimiento. Formé amistades para toda la vida, obtuve una beca universitaria que me permitió salir de España y conocer una cultura tan diferente como es la japonesa y, además, en la universidad me enamoré de la persona que sigue siendo mi pareja más de 11 años después.