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Miriam Barrondo Domínguez

Trabajar en la difusión de la lengua y cultura de origen en otro país es muy estimulante y en la mayor parte de las ocasiones altamente satisfactorio. Intentar transmitir lo mejor de nuestros artistas y literatos, y en definitiva dar a conocer nuestra mentalidad y nuestras costumbres es fundamental para la construcción de un espacio común tolerante y pacífico.

Cuando terminas tus estudios universitarios, el programa ERASMUS era apenas un recién nacido y no pudiste participar en ningún programa de movilidad internacional. Sin embargo, el deseo de salir estaba ya en ti. ¿Cuándo descubres esta atracción hacia otros países? ¿Cómo fuiste elaborando este proceso de salida?

En realidad hubiese llegado a tiempo de participar en la primera tanda de Erasmus de mi facultad. De hecho, cuando estaba cursando el cuarto curso de carrera durante el año académico 89/90 mi entonces profesora de literatura inglesa me animó insistentemente a que solicitase realizar el quinto año en Londres, pero rechacé la propuesta. Lo cierto es que por circunstancias familiares y personales en aquel momento no sentía ninguna inclinación por salir de mi ámbito y la participación en el proyecto, que estaba dando sus primeros pasos, conllevaba una gran dosis de incertidumbre.

No obstante siempre he demostrado una notable inclinación por otras lenguas y una constante curiosidad por otras culturas. De no ser así no hubiese emprendido durante el periodo universitario el aprendizaje de otros tres idiomas al margen del inglés, que había elegido como formación superior.

Mis primeras estancias en el extranjero se produjeron como consecuencia del estudio de idiomas y me llevaron principalmente al Reino Unido y a Alemania, donde me encontré siempre muy a gusto. Está claro que las experiencias positivas en el extranjero amplían los horizontes vitales y contribuyen a disipar posibles dudas sobre la propia capacidad de adaptación a un medio diferente.

Das tus primeros pasos profesionales en Bizkaia, hasta que en 1997 das el salto a Roma. ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones? ¿Qué diferencias encontraste entre los dos países? ¿Cómo fue tu adaptación?

Las dificultades a las que se enfrentaba un licenciado en Filología en España y en Italia para encontrar trabajo por aquel entonces eran similares. Aunque tengo que admitir que hablar cinco idiomas abría muchas puertas y no tuve grandes problemas en ninguno de los dos países.

Como profesora de lengua española en Italia contaba con la ventaja de ser nativa, aunque la demanda todavía no había alcanzado el boom que se produjo durante la primera década del siglo. Tras experimentar la precariedad de la docencia de español como lengua extranjera, opté por concursar a plazas en las instituciones culturales españolas en la ciudad, cuya presencia y peso es consistente. Tras una sustitución en la Escuela Española de Historia y Arqueología del CSIC gané una plaza fija en el Instituto Cervantes. Incluso me pude permitir el lujo de rechazar un par de propuestas de contrato por parte de empresas locales.

Pasar en poco más de seis meses de trabajar en casa en un ambiente industrial e internacional a trabajar en el extranjero en una institución cultural española supuso un cambio radical, pero no recuerdo que me crease especial desasosiego. Estaba encantada de haber encontrado un trabajo más relacionado con mi trayectoria académica en un contexto familiar.

¿Qué destacarías de tu carrera profesional a lo largo de estos años? ¿Qué compartirías con las y los Alumni de la Universidad de Deusto que pudieran estar planteándose en este momento lo mismo que tú?

Trabajar en la difusión de la lengua y cultura de origen en otro país es muy estimulante y en la mayor parte de las ocasiones altamente satisfactorio. Intentar transmitir lo mejor de nuestros artistas y literatos, y en definitiva dar a conocer nuestra mentalidad y nuestras costumbres es fundamental para la construcción de un espacio común tolerante y pacífico. España es un país muy bien visto en Italia; en las últimas décadas ha constituido un modelo de progreso, de eficacia y de tolerancia, por lo que las iniciativas culturales españolas en Italia cosechan una excelente acogida por parte del público local.

A nivel personal entre los proyectos más satisfactorios en los que he participado activamente durante estos años citaría la publicación de la Colección de obras inéditas del Instituto Cervantes de Roma y de la Revista del Instituto Cervantes de Italia así como la gestión de las distintas ediciones del Premio de Traducción del Instituto Cervantes de Italia, sin olvidar la producción de la exposición fotográfica “España en Roma”, que tras su estreno en Italia se exhibió en salas de las quince comunidades autónomas que participaron en el proyecto.

En un cuarto de siglo consolidas tu carrera profesional y desarrollas tu proyecto personal formando una familia romanobilbaína. Según tu experiencia personal, ¿cómo describirías esta simbiosis cultural y vital?

Seguramente se trata de una experiencia enriquecedora, aunque no exenta de dificultades.

Los primeros tiempos, entre la adaptación y las objetivas dificultades para mantener una comunicación constante y fluida con la familia de origen y amigos, no fueron siempre fáciles. Hoy en día vivir en otro país, por lo menos en la zona Schengen, es mucho más sencillo y las distancias de todo tipo se han reducido considerablemente.

En ámbito profesional desarrollo mis funciones indistintamente en italiano y en español, con predominio del español, pero el contacto a todos los niveles con interlocutores de ambos países y la contaminación de dinámicas e idiosincrasias es muy estimulante y te enseña a bandearte en un sinfín de situaciones y registros.

En el ámbito personal mi familia es perfectamente bilingüe y está acostumbrada a convivir con las tradiciones culturales, incluidas las gastronómicas, de ambos países. En mi opinión la parte más positiva de dicha convivencia es la de asumir lo mejor de ambas tradiciones y aceptar con comprensión y benevolencia sus limitaciones.

Nunca has perdido tu vinculación al botxo. ¿Cómo viven los tuyos este legado? ¿Crees que en algún momento alguien retornará a las fuentes?

Evidentemente no, ni con la ciudad ni con mis amigos. Digo siempre que sigo siendo tan bilbaína como cuando me trasladé hace 25 años y mi familia lo tiene muy asumido. A menudo hacemos bromas sobre ello. Excepto durante la pandemia, siempre hemos viajado a Bilbao en cuanto hemos podido y creo que he conseguido transmitirles perfectamente la vinculación a mis raíces, que son las suyas. Están muy a gusto en Bilbao, es su segunda casa. Por eso no descarto que alguno de mis hijos se traslade en algún momento o estudie durante una temporada en Bilbao, si su universidad mantiene convenios de reciprocidad con alguna facultad bilbaína. De hecho estaría encantada por muchos motivos si hiciesen sus periodos Erasmus en Deusto.

Por último, pero no por ello menos importante, y agradeciéndote por compartir tu experiencia, ¿qué recuerdos guardas de tus años de estudiante en tu alma mater?

Mi experiencia en la universidad fue muy positiva y conservo muy gratos recuerdos de mis cinco años como alumna de la Universidad de Deusto. Además de superar brillantemente el ciclo de estudios tuve tiempo de compaginar la asistencia a las clases con otros estudios, con mis primeros pasos en el mundo laboral, y sobre todo con abundantes dosis de diversión. El ambiente en general era muy bueno y la relación con la mayor parte de los profesores cordial y fluida.

Lo único de lo que me arrepiento es de no haber asistido a la ceremonia de investidura de mi promoción porque coincidió con una estancia de varios meses en Italia. Durante un viaje reciente a Bilbao tuve ocasión de realizar una visita a la universidad y al entrar en el Paraninfo comprendí que hubiese sido un momento inolvidable.