En la Universidad de Deusto encontré una referencia institucional sólida, de reconocimiento internacional, y la posibilidad de dedicarme plenamente a estudiar.
Hace veintisiete años la Universidad de Deusto fue una de las pioneras en España en abrir sus aulas para cooperar con instituciones latinoamericanas en la formación doctoral de su profesorado a través de la Cátedra UNESCO. Fuiste una de las primeras en incorporarte a ella en 1994 desde Uruguay. Como una de las pioneras en esta experiencia, ¿qué sentiste al llegar a Bilbao? ¿Qué te hizo dar el paso de dejarlo todo en tu país e iniciar esta aventura?
En el año 1994 los estudios doctorales eran muy incipientes en América Latina. Apenas se iniciaban en México y en Brasil y no era posible cursarlos en Uruguay. Había que viajar para seguir estudiando. Descubrí la posibilidad de cursar el doctorado en la Universidad de Deusto a través de un seminario en Montevideo del que participara el Profesor Javier Elzo que, por aquel entonces era el director del Programa de Doctorado en Sociología. Cuando desde Bilbao, me confirmó la posibilidad, no lo pensé dos veces, y conté con el apoyo de mi familia, la institución en la que trabajaba y mis amigos. Como decía un historiador, «los uruguayos descendemos de los barcos», somos hijos de inmigrantes, y la migración cualificada de los uruguayos en el exterior es un fenómeno muy estudiado en los análisis del comportamiento de los jóvenes en nuestro país. Con el apoyo de los retornados uruguayos del exterior, ya cualificados, fue posible el inicio de los estudios de posgrado en Uruguay.
¿En qué medida consideras que este tipo de iniciativas contribuyen de forma efectiva a la cooperación internacional e interinstitucional en el ámbito de la educación superior? ¿Qué ha supuesto para ti?
En la Universidad de Deusto encontré una referencia institucional sólida, de reconocimiento internacional, y la posibilidad de dedicarme plenamente a estudiar. En este momento, cuando los doctorados se han consolidado en Uruguay, veo a mis compañeros jóvenes que estudian y trabajan para culminar sus tesis y me doy cuenta de lo afortunada que fui al tener un tiempo exclusivo para completar los cursos y dedicarme por completo a la tesis doctoral.
Sin la cooperación internacional e interinstitucional, el apoyo de la Cátedra UNESCO y el Gobierno Vasco hubiera sido imposible para mí continuar estudiando en esa época por lo que considero que este tipo de iniciativas constituyen expresiones de solidaridad de Euskadi imprescindibles para los países latinoamericanos.
Tu tesis doctoral versó sobre la construcción colectiva de una identidad en Uruguay. En estos últimos veintidós años ¿cuál es tu valoración en cuanto a la evolución y consolidación de este proceso?
Fue la impresionante impronta del nacionalismo vasco lo que me impulsó a estudiar los inicios del proceso de construcción nacional en Uruguay a finales del siglo XIX. Para ello conté con dos invalorables apoyos: en Bilbao, con el Profesor Demetrio Velasco, quien logró comprender la construcción institucional uruguaya en sus orígenes, tan diferente a la del pueblo vasco y, por otra parte, al Profesor Gerardo Caetano, quien me ayudó con los estudios históricos, me orientó en la bibliografía y en la búsqueda de los historiadores referentes que entrevisté en mi viaje a Montevideo en 1996.
Dado que, a mi regreso a Montevideo, al concursar por la dedicación total a la Universidad de la República me inserté en el Departamento de Trabajo Social, no proseguí con esta línea de investigación que me hubiera interesado continuar desarrollando. No obstante, valoro el apoyo inicial de la Universidad Católica del Uruguay en la publicación del libro La construcción de la identidad uruguaya con el sello Taurus, que constituye una versión recortada de la tesis doctoral y obtuvo dos premios del Ministerio de Educación y Cultura uruguayo.
Desde 2015 tu labor académica e investigativa se centra en los aspectos judiciales en torno a menores y adolescentes. En tu opinión, ¿cuáles serían las diferencias y similitudes fundamentales, si las hubiera, entre Euskadi y Uruguay respecto de este tema? ¿Existe una tendencia a la homogeneización conductual en esas edades en los distintos países en los que has podido abordarlo?
El resurgimiento de las demandas de incremento de los modelos sancionatorios de control social con aumento punitivo ha dado lugar al nacimiento de nuevas políticas de seguridad ciudadana que tienden a concitar la aprobación masiva. Este fenómeno, que es posible observar en Estados Unidos, Europa y América Latina, en general, y en Uruguay, en particular, más allá de la orientación política del partido de gobierno, constituye el signo de los nuevos tiempos.
El cambio de rutinas diarias para prevenir el delito en la población produce creciente irritación y frustración que genera respuestas más hostiles a los daños y a los inconvenientes que la posibilidad de la victimización trae consigo, produciendo falta de empatía con el ofensor a la vez que impaciencia ante las políticas estatales de justicia —experimentadas como fallidas— transformando la tolerancia hacia la trasgresión en una mayor identificación con las víctimas.
Si bien la postura de comprensión del ofensor siempre ha implicado una actitud más dificultosa y demandante para el común de la población, la actitud ciudadana de intolerancia ha abierto un camino de condena explícita al trasgresor de las normas que demanda mayores niveles de castigo y control estatal. Por otra parte, han emergido nuevos esquemas teóricos y políticos que refuerzan y celebran este punto de vista, colocando el énfasis en el control social y la prevención, que explican la trasgresión mediante la elección racional.
Esta reacción a la criminalidad –la expresión del sentimiento punitivo, preocupación por las víctimas, protección pública, exclusión vinculada a control– sostenidas en la nueva experiencia colectiva surge en el contexto de una corriente reaccionaria relacionada con los cambios producidos en la sociedad de la modernidad tardía en algunos sectores más conservadores que reclaman el retorno a los valores de austeridad, control de los niños y los jóvenes por parte de la familia junto a una serie de «prácticas de buena vecindad» que parecerían propias de la primera etapa de la modernidad.
Dado que el centro de mi investigación se encuentra en los sistemas penales juveniles, tiendo a pensar que en Euskadi la sociedad muestra mayores niveles de tolerancia a las pequeñas trasgresiones adolescentes que en otras zonas en las que las políticas segregacionistas de un sector de la población más vulnerable considera «peligroso» y «no merecedor» de las políticas estatales de protección, aunque me faltan datos empíricos para apoyar esta hipótesis que no se sostiene en todas las comunidades autónomas españolas.
¿Qué aconsejarías a las y los Alumni de la Universidad de Deusto a la hora de afrontar el desarrollo de su formación académica de posgrado en un país distinto del suyo?
La oportunidad que ofrece la formación académica en la Universidad de Deusto es invaluable. Desde mi experiencia, les aconsejaría que la aprovechen al máximo evitando las distracciones de la vida social, aunque esta constituye un gran apoyo para sobrellevar la vida en un país extranjero. En ese sentido les diría que no dejen de visitar una sidrería.
Gracias por dedicarnos estas líneas. Para terminar, ¿qué recuerdos guardas de tus años como estudiante de doctorado en Deusto?
En Deusto tuve dos apoyos invaluables: la entonces secretaria del Doctorado en Sociología, Gregory, quien detectó mi timidez de entonces y me orientó en la búsqueda de los perfiles académicos de los profesores en mi elección del director de tesis y el responsable de la cooperación internacional con los latinoamericanos, siempre pendiente de nuestras necesidades y receptivo a todos nuestros planteos. Sin estos apoyos se me hubiera dificultado la inserción en la universidad, por lo que cuentan con mi eterno agradecimiento.
Cuando llegué a Deusto lo que más me impresionó fue la Biblioteca y la posibilidad del acceso abierto para los doctorandos. Recuerdo que, en el inicio de mi estancia en Bilbao, no existía internet abierto al público, por lo que mis comunicaciones con Uruguay eran por correo postal.
Recuerdo que mis compañeros vascos de curso quedaron anonadados por los nuevos estudiantes brasileños que inundaron literalmente la clase con su alegría y desenvoltura y se convirtieron en amigos entrañables. Aunque ellos eran profesores de larga trayectoria, mayores que yo, debido a la cercanía de Uruguay y Brasil sintonizamos en nuestros encuentros tanto dentro como fuera de la universidad. Se dice, no sin razón, que los uruguayos somos tristes, grises y taciturnos, por lo que la cercanía de los estudiantes brasileños constituyó un desafío a esa forma de ser tan uruguaya.
Uruguay es, como se dice en los libros de geografía escolar, «un país levemente ondulado», sin grandes accidentes geográficos, por lo que llegar a Euskadi, con sus montañas y sus distintas tonalidades de verde, me impresionó. También me impresionaron las fiestas religiosas en que los vascos participan masivamente y los pequeños pueblos que pude visitar gracias a un amigo vasco que conocí en Bilbao, con larga vinculación con Uruguay: Paul Ortega.
Fue él quien me presentó a la familia Setién, emigrada de Uruguay, quien siguió conservando las tradiciones y costumbres uruguayas, pese a haber vivido más tiempo en Euskadi que en Montevideo. Nuestros encuentros semanales me ayudaron enormemente en la inserción en un Bilbao que amaban.
La ciudad estaba creciendo. Recuerdo perfectamente la construcción del Guggenheim y del metro de Bilbao durante mi estadía.