
La lección que yo aprendí de ella, porque yo no la conocía, es esa “reivindicación”. Yo había vivido lo que me había tocado con gratitud, con satisfacción plena, pero ella reivindicó activamente, ella tenía esa carencia: quería estudiar. Para mí fue una gran alegría contribuir a quitarle ese regusto de inferioridad, ese resentimiento.
¿De dónde te viene esa pasión por la educación y la cultura?
He tenido la suerte enorme de ir ya de niña al colegio de las Teresianas, que me dieron una buena base. En aquellos años eran revolucionarias. Acababan de nacer. A través de la formación y la educación querían promover a las mujeres, sacarlas del anonimato y elevarlas a las más altas cotas de la educación y la cultura. Hacíamos entonces el ingreso y ocho años de bachillerato. Tenían un sistema educativo ambicioso e innovador.
Después estudié Química, nada menos que química, en Salamanca. Allí coincidí en el Colegio Mayor con Josefa Segovia, la primera directora general de la Institución Teresiana tras la muerte del padre Poveda. A él lo mataron en el 36, el día 28 de julio. Fueron a buscarle a casa y apareció muerto en las tapias del cementerio de la Almudena.
La señorita Segovia iba a Salamanca porque les habían regalado una dehesa. Unos terrenos que tenían casa, donde escribía sus memorias y sus documentos de instrucción y de valoración y del sistema ejecutivo y activo de la empresa. Ella se hospedaba en el Colegio Mayor. Ahí teníamos protocolos de intercambio de actividades, juegos florales y también actos de mucha envergadura, con los personajes académicos y de más relevancia de la sociedad entre el Colegio y la universidad. Y por eso allí tuve una formación muy rica y luego por las noches, después de la cena, en el cuarto de estar, hacíamos una tertulia vespertina, contábamos las incidencias del día, de los “liguines” o ligones que venían de toda la universidad y estaban rondando. Entre esos personajes estaba la familia Cordón que fue el motor del arranque económico de Salamanca, porque tenían un gran capital y eran los que potenciaron la simbología de Salamanca, como el botón charro, todas esas cosas. Y esta familia vivía en el mismo bloque en el que estábamos nosotras, o sea, que estábamos muy rodeadas de todo.
Yo tuve esa suerte de las buenas noches celebradas con la señorita Josefa Segovia y que seguro, seguro hoy, lo puedo decir con toda discreción por mi parte, sin protagonismo ninguno, pero que quizá hoy no habrá ninguna Teresiana de las de sus orígenes que haya vivido estas experiencias. Se contarán algunas anécdotas, y eso, pero vivirlas, esto seguro que no. Seguro que no. Porque tuve esa suerte. Hombre, esas horas ahí, todas las noches. Todas las noches, sí, bueno, y que, además, pues hacíamos los comentarios por eso de los “liguines” y los ligones que venían, venían chicos de Valencia, de otras provincias, hasta Salamanca…
Terminaste química y empezaste a trabajar…
No, no. Nada, nada, nada. Yo tenía claro que me quería dedicar a la familia. Sin embargo, en aquel bachiller que habíamos hecho con las Teresianas, ellas, muy habilidosas, “envuelto en papel de plata”, nos metieron un título de Magisterio. En aquella época las solteras teníamos que hacer el Servicio Social, como una “mili para mujeres”, a lo largo de tres años, durante el verano, lejos de casa y, con este título, conseguí librarme de eso.
Te dedicaste entonces a tu familia.
Sí, tuve dos chicos y cinco chicas, una de ellas adoptada. También tuve un chico más, que falleció con cinco años por una leucemia. Un chico excepcional. Me decía “¡oye, mamá! Y yo por qué tengo esto. ¿Por qué me toca a mí esto?”.
Tengo también siete nietos —también dos chicos y cinco chicas— y una biznieta: Izaro.
Yo me críe con mis abuelos paternos. Mi padre se quedó viudo con 28 años. Y “dos moquitos”, “dos moquitos” colgando. Mi madre, debió de ser una persona muy excepcional porque todo el mundo nos recibía bien en todos los sitios. En mi fuero interno yo tengo ese complejo de la “huérfana de España” porque, además perdí, a mi hermana, que tendría 14 o 15 meses. La atropelló un coche en Asturias cuando fuimos a ver a una amiga que conocíamos desde finales del siglo XIX.
Y a principios de los años 90 decides venir a Deusto a estudiar.
No, no vengo yo. Fue de rebote. Me vino una chica que era de León, que yo ni la conocía, y que tenía necesidad de saber. Era muy inteligente. Y tenía una necesidad reivindicativa. Y eso hay que aclararlo porque ella no había podido estudiar. Entonces, pensando en ayudarla, porque no se atrevía a ir ella sola a la universidad, le dije que no se preocupara y nos matriculamos las dos y terminamos juntas el Graduado en Cultura y Solidaridad. La lección que yo aprendí de ella, porque yo no la conocía, es esa “reivindicación”. Yo había vivido lo que me había tocado con gratitud, con satisfacción plena, pero ella reivindicó activamente, ella tenía esa carencia: quería estudiar. Para mí fue una gran alegría contribuir a quitarle ese regusto de inferioridad, ese resentimiento.
Y, desde entonces, has seguido matriculándote curso tras curso, de momento hasta 2025.
Sí. El Graduado arrancó y los programas han seguido año tras año. Los estudios de Ocio no eran conocidos en España. Sí en el Reino Unido y en otros países europeos. Pero aquí no. Recuerdo al profesor Cuenca, director del Instituto de Estudios de Ocio, el Congreso Mundial de Estudios de Ocio del año 2000, con gente de todo el mundo y autoridades y académicos nacionales e internacionales… Tuvimos un congreso a nivel mundial, ¡a nivel mundial!, que se estaba empezando a introducir el ocio cultural en las universidades. Entonces eso ya abrió un campo enorme.
Desde niña, se me daban muy bien los números y aunque en el bachillerato habíamos visto algo de filosofía, de didáctica, de otras materias, pero todo muy en mantillas, tenía carencias que quería cubrir. Me encanta esta visión de la educación y la cultura al servicio del ocio de la ciudadanía.
Cuento una anécdota. Cuando terminó el primer curso que hicimos, organizamos una cena. Como cuando nos juntábamos las amigas del colegio, al terminar siempre yo solía hacer un comentario de chirigota. Y les sacábamos las deficiencias al profesorado todo en plan broma. Entonces en esta primera cena yo hice una chirigota de esas, pues como hacíamos nosotras en el colegio, y nos metíamos con el rector, con las hermanas Cava, con esto y con lo otro, y terminamos con un aleluya más o menos encajado y todo eso. Y cuando terminó aquello, María Jesús Cava me llamó al orden. A partir de entonces, tuve más cuidado…
Retratos: Itziar Zubieta
Foto de grupo: Winema Cao